miércoles, 23 de mayo de 2018

Llegué, ví, trinqué

José Luís Montesinos analiza la constante política del cambio, que siempre acaba en el no cambio, podrido de corrupción y lucros personales, a raíz de la detención de Zaplana y el escándalo del chalet de Iglesias y Montero

Artículo de Desde el Exilio: 
No creo que a nadie sorprenda la detención de Eduardo Zaplana. Era un secreto a voces que el que fuera alcalde, presidente de la Generalitat y ministro tenía las manos manchadas. Mucho sonaba el río para ir seco. La rumorología en torno a su figura era tan desmesurada, tan abundante, que se hace extraño que los acontecimientos no se hayan producido hace muchos años. Los procesos llevan su curso y para que se produzca una detención las pruebas debían estar suficientemente claras. Parece que llegó el momento. Sé que en Benidorm en particular y en la Comunidad Valenciana en general, esto no ha sido ninguna sorpresa.
De la misma manera a muy pocos nos pilla de sorpresa la cola que está trayendo la compra del ya famoso chalé de los Iglesias Montero. El arte de decir una cosa y la contraria, machacar a Luis de Guindos por comprarse una vivienda cuyo precio es, oh cielos, 600.000 euros, para acabar comprando una vivienda cuyo precio es, cáspita, 600.000 euros. La hipocresía sonrojante que no ha pasado ni el filtro de los más fanáticos. Los ingresos millonarios de dinero del partido en la misma Caja que financia la operación. El mágico fin de fiesta de la consulta a las bases. Todo demuestra que los que venían a regenerar el sistema, llámense Iglesias o Zaplana, en realidad venían a parasitarlo. Nadie olvide que Zaplana vino a regenerar la Comunidad Valenciana después de la época de Lerma.
Zaplana vino a la política a enriquecerse, entre otras cosas. Pablo Iglesias e Irene Montero, también. Al calor del poder se vive muy bien. Todos ellos contaban con un sistema que, con los padrinos adecuados y unas tragaderas como una boca de metro, permite el ascenso y enriquecimiento de cualquiera que tenga el estómago suficiente. Son las cosas de la partitocracia.
Quizá en otro sistema, uno que no necesitara de los pelotas, los chupópteros y los asesores del gabinete, José María Aznar, en lugar de nombrar ministro de Trabajo a Eduardo Zaplana, para llevarlo a Madrid y controlar de cerca lo que todos intuíamos, hubiera tirado de la manta, poniendo el foco sobre un presidente de la Comunidad Valenciana, no precisamente para mantener el bronceado, y destapando todas las vergüenzas. Sin embargo, lo que ocurrió está en la hemeroteca. Ahora empieza un nuevo capítulo. Después del felipismo, el de Filesa, Malesa, Times Export y los GAL, llegó el aznarismo cuyas andanzas aun no han terminado de contarse.
Llegó Pablo, con Irene, Juan Carlos, Carolina y Ramón, entre otros, la gente, el pueblo, el azote de la casta. Llegaron, trincaron, metieron el dinero en una Caja de Ahorros, todo muy público, el dinero de la gente o el de las subvenciones, que viene a ser lo mismo, y sacaron unas condiciones increíbles para el hogar de sus sueños. Votar a Podemos para que sus líderes obtengan una hipoteca ventajosa. Sería de chiste si no tuvieran 5 millones de votantes. Berlanga no lo hubiera imaginado ni en sus mejores sueños. Ahora quien sabe si se irán forzados por ese todo o nada que huele desde aquí. Yo lo dudo. Pero si así fuera, quedaría como mensaje palmario algo así como que ya tenemos nuestro nidito, ya podemos irnos a dar charlas, cobrando por adelantado y universidades de verano en países donde todos cada día es un infierno.
No importa de donde vengan. Llegué, vi, trinqué. Cómo van a cambiar nada.

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