miércoles, 14 de febrero de 2018

Más allá de la oxfamia

Fernando Díaz Villanueva muestra el negocio montado que tiene Oxfam, siendo una de las patas importantes la ideología para obtener más dinero y mantener la dependencia de la que viven. 

Artículo de su página personal: 
Oxfam es de esas organizaciones que literalmente cagan mármol. Hagan lo que hagan, digan lo que digan automáticamente se convierte en artículo de fe y en bien de especial protección. No importa que sea un informe sobre la desigualdad, una campaña por el llamado comercio justo o una iniciativa internacional contra los cultivos transgénicos. Se asume de antemano que todo lo que dicen es verdad y que son desinteresados y castos como un niño.
La realidad, sin embargo, no es esa. Oxfam es básicamente un negocio. Y digo bien, negocio. Oxfam Internacional cuenta con un presupuesto de casi 500 millones de euros anuales y sus agencias locales en Europa y Norteamérica manejan también cantidades millonarias. Oxfam en el Reino Unido ingresó 457 millones de euros en el ejercicio 2016-2017. El 43% provenía de instituciones públicas y un 26% de donaciones. En España Intermón-Oxfam ingresó 102 millones, algo más de un tercio de los cuales venían de la administración pública. Así podríamos seguir país por país y nos encontraríamos con un panorama muy similar, cuentas llenas de ceros y subvenciones a gogó.
Es un negocio boyante porque ingresa sin necesidad de fabricar nada ni de entregar bienes tangibles, al menos a quienes ponen el dinero. Una gran empresa con tres grandes líneas de negocio. La primera es una división dedicada a la venta de productos en su modalidad “justa” en tiendas repartidas por todas las ciudades de Europa. En Madrid hay 32, en Barcelona otras tantas y tiene establecimientos hasta en ciudades pequeñas como Zamora o Teruel. También venden por Internet en todo el territorio nacional una gama muy completa de artículos que van desde la alimentación hasta el menaje del hogar. Cuentan incluso con marcas propias, como Inditex o El Corte Inglés. La de ropa se llama Veraluna, la de café Tierra Madre y la de cosméticos Senzia.
El comercio, a pesar de lo “justo” que es y de lo bien montado que se lo tienen, supone tan sólo un porcentaje menor en sus ingresos: en España un 10%, en el Reino Unido algo más, un 17%. Para obtener el resto precisan de sus otras dos líneas de negocio. Una consiste en poner en marcha y atender programas de ayuda en el Tercer Mundo: emergencias humanitarias, programas estables de apoyo a comunidades campesinas y cosas por el estilo, es decir, lo que todos entendemos por una ONG. Recolectan fondos en el primer mundo para gastarlo a discreción propia en el tercero.
En esa discreción radica su tercer línea de negocio y posiblemente la principal: la ideología. Bajo ese barniz de modernidad, comercio, tiendas en internet y rostros conocidos, Oxfam tiene una agenda política muy bien definida. Ésta podría resumirse en Occidente es malo y el capitalismo es peor. Por lo tanto, como son el origen de toda maldad, el Tercer Mundo no tiene nada que aprender de los países ricos. El Tercer Mundo, en definitiva, tiene que seguir siendo pobre. No lo dicen así porque entonces nadie donaría un céntimo, lo enmascaran con eufemismos muy del gusto de los izquierdistas occidentales como “justicia económica”, “seguridad alimentaria”, “ciudadanía activa”, “justicia de género” o “adaptación al cambio climático”.
Curiosamente, o quizá no tanto, jamás promueven medidas como que se fijen adecuadamente los derechos de propiedad, se abran los mercados o se instauren marcos jurídicos seguros. Esta combinación es la única que se ha demostrado eficaz para sacar de la pobreza a los países. Ahí tenemos a Taiwán, que era un país mísero hace sólo medio siglo y hoy es una de las economías más pujantes del mundo. Pero no, no quieren que el Tercer Mundo se parezca a Taiwán, anteponen la ideología al desarrollo en sí, su negocio es el de la pobreza.
Pero las “ciudadanías activas” y las “justicias económicas” no podrían financiarse sin los Gobiernos del primer mundo contribuyendo graciosamente con el dinero de los que pagan impuestos. Y ahí es donde entra su estrategia de culpabilizar al rico para que, preso de los remordimientos, afloje la billetera. Su informe de la desigualdad global es un clásico y, a pesar de ser tendencioso hasta la náusea y de estar repleto de inexactitudes, es ampliamente citado y comentado todos los años. La misión del informe no es ser exacto, es ocupar titulares de prensa, cosa que consigue sobradamente porque no hay cosa que más guste a los occidentales que darse latigazos en la espalda.
Como a los predicadores religiosos de tiempos pasados a ellos todo les está permitido. Son lo más parecido al clero de nuestra época: son intocables, la sola mención de su nombre es argumento de autoridad, están siempre del lado de los buenos y no dudan en levantar el dedo acusador contra quieren consideran pecadores e impuros.
Viéndolo así el escándalo de Haití es algo más que una simple ruindad de unos pocos. Es el símbolo doliente de lo que significa el Tercer Mundo para estos traficantes de buena conciencia aquí y de dependencia allí. La orgía con menores de edad no se la montaron en Londres o en Barcelona, sino en uno de los lugares más pobres del planeta coincidiendo con un terremoto que devastó el país y dejó unos 150.000 muertos. Con la verborrea que gastan con lo del empoderamiento femenino es cuando menos turbador que, en medio de una catástrofe humanitaria de proporciones bíblicas, el jefe de la misión y sus colaboradores se montasen una orgía con prostitutas locales.
Seguramente se trate de una excepción (o eso espero), pero una excepción muy significativa por el lugar y el momento. El refrán “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces” pocas veces ha ido tan ajustado a los hechos. Dios nos libre de los buenos.

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