martes, 6 de febrero de 2018

La edad de oro de la propaganda: el conocimiento inútil

Fernando Díaz Villanueva analiza la edad de oro de la propaganda, edad en la que estamos hoy y las técnicas que emplea.
Artículo de Disidentia:
Dije la semana pasada que la propaganda, por su naturaleza, se nutre de la adulteración de los hechos, penetra en nosotros a través de los sentimientos y se aprovecha de nuestros sesgos cognitivos. Sin estos últimos el trabajo del propagandista sería mucho más complicado. El hecho de que prioricemos la información que confirma nuestras propias creencias, pavimenta el camino a estos mensajes.
Este es precisamente el origen de las noticias falsas, una de las expresiones más acabadas de la propaganda de nuestro tiempo. Hasta la irrupción de Internet era mucho más difícil difundir un bulo. Los medios los rechazaban fuera por convicción, por temor a ser demandados o porque su credibilidad podía erosionarse considerablemente una vez descubierta la mentira.
Hoy día es muy sencillo arrojar la piedra y esconder la mano. La revolución digital de este siglo ofrece a los propagandistas unos medios y un alcance impensable hace tan sólo 25 años. Estamos en el Siglo de Oro de la propaganda. Los padres del invento, el propio Willi Münzenberg o su discípulo del otro lado, Joseph Goebbels, no terminarían de creerse las posibilidades abiertas hoy para sus epígonos. Ellos tuvieron que conformarse con la prensa escrita, la radio y el cine. Los propagandistas de hoy disponen de más soportes y, sobre todo, mucho más accesibles.

La edad de oro de la propaganda: el conocimiento inútil

El renombrado y las palabras fetiche

Pero de nada sirve tener teléfonos inteligentes, tabletas o pantallas de televisión de 50 pulgadas conectados a la red las 24 horas si no se saben aplicar las técnicas adecuadas. Éstas han avanzado mucho y hoy día algunos propagandistas las emplean con auténtico virtuosismo. Repasemos algunas de estas técnicas.
Una de las técnicas actuales más habituales es la conocida como el renombrado. Si se quiere acabar con la reputación de algo o alguien hay que empezar cambiándole el nombre por otro que suene mal o posea connotaciones negativas. En el pasado bastaba con fascista o facha. Pero, como hoy circula mucha información a gran velocidad,  los nombres se desgastan rápido. Eso obliga a innovar continuamente. Así nacieron términos como “casta” o “cuñado que hoy tienen un significado muy preciso.
El renombrado sirve para señalar los defectos ajenos. Pero para potenciar las virtudes propias hay que emplear otra técnica diferente: la de las palabras fetiche. ¿Qué es una palabra fetiche? Vayamos con un ejemplo, la palabra fetiche por excelencia es “democracia”, luego vienen otras como “solidaridad” o “igualdad”. Cualquiera que presente su causa, que la etiquete como demócrata, solidaria e igualitaria ocupa un espacio de positividad y pone al adversario a la defensiva.
La técnica de las palabras fetiche sirve, además, como antídoto para cualquier ataque. Veamos algunos ejemplos: a) “Han dado ustedes un golpe de Estado”; “si, pero en nombre de la democracia”. b) “Esta ley es un disparate anticonstitucional”; “tal vez, pero es en nombre de la igualdad. c) “Trabajamos más de medio año para pagar impuestos”; “ya, pero es en nombre de la solidaridad”. Y podrían citarse muchos otros.
La revolución bolivariana, que es una espantosa dictadura que ha arruinado Venezuela, está llena de palabras fetiche palabras fetiche. Sus propagandistas, además, no hacen más que crear nuevas conforme se desgastan las anteriores.

La transferencia, el efecto arrastre y el relato extendido

Otra técnica es la de la transferencia, muy empleada por los alarmistas climáticos: “lo dice la ONU”, “es un informe de la NASA”, “hay consenso científico”… La transferencia consiste en transferir la legitimidad de una persona o institución hacia la propia causa. Aquí es donde entran los famosos informes de Oxfam u organismos internacionales como la UNESCO o la UNICEF.
Vivimos en un mundo muy audiovisualizado, con mucho conocimiento disponible pero, parafraseando a Jean-François Revel, la mayor parte de este conocimiento es inútil. En un mundo así, adicto sin remedio a las redes sociales con sus “likes”, sus retuits y sus “followers” quien más vale es quien más seguidores tiene. Eso lo aprovechan al máximo los propagandistas de la última hornada:  aplican el efecto arrastre para captar nuevos adeptos simplemente mostrando todos los que ya tienen.
La edad de oro de la propaganda: el conocimiento inútil
La gente trata de estar a la moda en todos los ámbitos, también en el de las ideas. Si otros lo hacen, ¿por qué no voy a hacerlo yo? No olvidemos que la especie humana es muy gregaria y durante miles de años se organizó en hordas que seguían ciegamente a un jefe. Es el dicho que se utiliza en España: “¿dónde va Vicente?, dónde va la gente”, que se aplica también a la propaganda. El problema es que hoy día todo el mundo sabe al minuto hacia donde va Vicente. Y lo sigue, claro.
Por último, y habida cuenta de la multitud de canales de información, se emplea también mucho la técnica del relato extendido. Una misma campaña se amplifica y adapta a todos los medios. Sobre ella se construye un relato con sus buenos y sus malos, sus testimonios y sus giros en la trama. Sería lo que los consultores denominan estrategia 360, que va desde fotografías en Instagram hasta reportajes en televisión pasando por documentales, tendencias en Twitter y muchos artículos de opinión. Miremos donde miremos ahí está la historia esperándonos.
Implantar un relato concreto es dominar el debate, es decir de qué se habla y en qué sentido. Todos sabemos cuáles son los temas de debate en cada momento y nos entregamos a ellos con fruición. Pues bien, muchos nos han llegado a través de la propaganda. Sería bueno descontarlo, desconfiar y aprender así a combatirla.

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