lunes, 15 de enero de 2018

Melville y la economía de las ballenas

Carlos Rodríguez Braun deja entrever a través ayudándose de Moby Dick cómo el mercado y el emprendimiento humano, y no la intervención política o legislativa acabó con deforestación o la extinción de las ballenas. 
Y esta es otra muestra que golpea directamente contra los alarmistas sobre el fin de los recursos naturales, el petróleo del planeta, que no han cambiado en sus predicciones desde hace siglos, y siempre con el mismo resultado. 

Los recursos naturales tienen valor no por sí mismos, sino por la inteligencia humana y su capacidad para crear e innovar. El aceite de ballena (útil para la cera de las velas y como combustibles de lámparas) no se extinguió y dejó a oscuras a la humanidad porque el humano descubrió el petróleo como alternativa mucho más barata y mejor. De la misma manera ocurrió con los bosques, pues la madera era empleada para construir prácticamente todo (desde viviendas a barcos...), lo que el descubrimiento de alternativas (empezando también por petróleo y derivados) acabó con la rápida deforestación experimentada siglos atrás. 
Y lo mismo ocurre con los agoreros del petróleo...Pero como dice una célebre frase, "el último barril de petróleo costará cero", pues la innovación y capacidad humana (permitida gracias al sistema capitalista y su riqueza generada que lo permite) tendrá y permitirá alternativas (como ya se está produciendo) a su uso de manera generalizada a mejor coste y eficiencia. 
Artículo de su blog personal: 
Sabido es que la primera edición de Moby Dick, de 1851, fue un fracaso, y que la obra estaba descatalogada cuando Herman Melville murió, cuarenta años después. Su gran éxito sólo se produjo en el siglo XX, cuando varios célebres escritores anglosajones la saludaron como paradigma literario. Su escaso impacto inicial ha sido atribuido a su extensión y a la prolijidad y extensión de las páginas que dedica a describir la actividad marítima en general y ballenera en particular. Sospecho que el argumento puede ser válido para el presente y el pasado, aunque por razones distintas: hoy resultan tediosas, pero entonces quizá redundantes.
En su saludablemente incorrecto libro, Cuando el hierro era más caro que el oro, Alessandro Giraudo recuerda que lo que ahora nos parece una extraña aventura para una minoría de héroes o villanos, a mediados del siglo XIX era una importante, popular y conocida rama de la economía estadounidense (cf. http://bit.ly/2BPI8k1). El aceite de ballena era la quinta industria del país, cuya flota ballenera había pasado de 392 barcos en 1833 a 735 en 1846: Estados Unidos tenía más del 80 % de la flota mundial de balleneros. El puerto más importante era New Bedford, como reconoce Melville en el capítulo 2, donde el protagonista dice: “Como la mayor parte de los jóvenes candidatos a las penas y castigos de la pesca de la ballena se detienen en el mismo New Bedford, para embarcarse desde allí para su viaje, no está de más contar que, por mi parte, no tenía idea de hacerlo así. Pues mi ánimo estaba resuelto a no navegar sino en un barco de Nantucket, porque había un no sé qué de hermoso y turbulento en todo lo relacionado con esa antigua y famosa isla, que me era sorprendentemente grato”. En esa época New Bedford representaba el 20 % del sector, y sus habitantes disfrutaban de la mayor renta per cápita de la nación.
Se trataba por tanto de una rama muy conocida de la industria, y no es casualidad que Moby Dick apareciera entonces, cuando 15.000 ballenas eran cazadas cada año. El peligro de su extinción fue sorteado no por ninguna intervención política o legislativa sino por el descubrimiento de petróleo en Pensilvania, que brindó una alternativa mucho más barata que el aceite de ballena como combustible para la iluminación.
Eso también salvó los bosques: la deforestación era un peligro en esa época cuando, como recuerda Giraudo, se podían usar hasta 4.000 troncos para fabricar un solo barco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Twittear