martes, 13 de junio de 2017

Por qué la izquierda rechaza hablar sobre Venezuela

Ryan McMaken expone por qué la izquierda (o el Papa) rechazan ahora hablar sobre Venezuela.
Artículo del Instituto Mises:
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Durante la campaña de las elecciones presidenciales de 2016, Bernie Sanders rechazaba responder a preguntas acerca de Venezuela durante una entrevista en Univisión. Afirmaba no querer hacerlo porque estaba “centrado en mi campaña”. Muchos sugirieron una razón más probable: la economía actual de Venezuela es un ejemplo de lo que ocurre cuando un estado implanta una socialdemocracia al estilo de Bernie Sanders.
Igualmente, el papa Francisco (que sea tomado tiempo para denunciar a las ideologías a favor del mercado supuestamente por llevar a millones a la pobreza) no parece interesado en hablar acerca del empobrecimiento sin límites de Venezuela en años recientes. Samuel Gregg escribe en el Catholic World Report de ayer:
El papa Francisco no es conocido como alguien que sea amilane ante lo que considera flagrantes injusticias. En asuntos como refugiados, inmigración, pobreza y medio ambiente, Francisco habla contundentemente y usa un lenguaje vívido al hacerlo.
Sin embargo, a pesar de la violencia diaria que se inflige a los manifestantes en Venezuela, las muertes en constante aumento, una explosión del delito, una corrupción rampante, una inflación galopante, la abierta politización del poder judicial y la desaparición de suministros básicos de alimentos y medicinas, los comentarios del primer papa latinoamericano acerca de la crisis que está destrozando un país latinoamericano abrumadoramente católico se han visto curiosamente limitadas.
Este silencio virtual se produce a pesar del hecho de que los obispos católicos que viven realmente Venezuela han denunciado al régimen como otro ejemplo más del “completo fracaso” del “socialismo en todos los países en los que se ha implantado este régimen”.
Así que, para muchos venezolanos, la pregunta es: “¿Dónde está el papa Francisco?”
Igual que Sanders, puede ser que Francisco no tenga nada que decir acerca de Venezuela precisamente porque el régimen venezolano ha aplicado exactamente los mismos tipos de políticas defendidas por Bernie Sanders, el papa Francisco y los habituales opositores a la economía de mercado.
Es un programa económico marcado por los controles de precios, la expropiación pública de la propiedad privada, un enorme estado de bienestar, planificación centralizada y una interminable retórica acerca de la igualdad, la lucha contra la pobreza y la lucha contra los llamados “neoliberales”.
Y como ha explicado últimamente el presidente venezolano Nicolás Maduro, “Hay dos modelos, el modelo neoliberal que destruye todo y el modelo chavista que se ocupa del pueblo”.
El modelo chavista es sencillamente una mezcla de socialdemocracia y ecologismo que es fácilmente reconocible como la versión venezolana de la ideología de extrema izquierda defendida por muchas élites políticas globales, tanto en Estados Unidos como en Europa. El neoliberalismo, por otro lado (como he señalado antes) es un término vago que la mayoría de las veces en realidad solo significa un sistema de mercados relativamente libres y un moderado laissez faire.
De hecho, ningún otro régimen en el mundo, salvo Cuba y Corea del Norte, ha sido tan explícito en combatir la supuesta amenaza que es el neoliberalismo.
Por esta razón, mientras Venezuela se sume en el caos, escuchamos un silencio atronador de la mayoría de la izquierda, como han advertido incluso algunos izquierdistas con principios.
En un artículo en Counterpunch, por ejemplo, Pedro Lange-Churión señala:
Venezuela era noticia cuando era una buena noticia y mientras Chávez pudo usarse como una bandera para la izquierda y sus payasadas hacían gracia. Pero tan pronto como el país empezó su espiral hacia la ruina y el chavismo empezó a parecerse a otros regímenes autoritarios latinoamericanos, era mejor hacerse el tonto.
Sin embargo, como buen izquierdista, Lange-Churión por desgracia sigue pensando equivocadamente que el problema venezolano es político y no económico. Para él, es sencillamente una coincidencia desafortunada que la implantación del programa económico del chavismo coincidiera con la destrucción de las instituciones políticas económicas de la nación.
Pero se trata de eso: no es una coincidencia.
De hecho, es un ejemplo de libro de texto de un país eligiendo a un populista de izquierdas que deshace años de reformas a favor del mercado y acaba destruyendo la economía.
Un esto estaba pasando durante décadas en Latinoamérica donde, como explicaban Rudiger Dornbusch y Sebastián Edwards, el ciclo se repite una y otra vez.
Ha ocurrido más recientemente en Argentina y en Brasil y es algo así: primero llega al poder un régimen relativamente neoliberal, reduce moderadamente el gasto público, limita algo el poder público y da paso a un periodo de crecimiento. Pero, incluso con crecimiento, los países de rentas medias como los latinoamericanos siguen siendo pobres comparados con los países ricos del mundo y persisten grandes desigualdades. Luego los socialdemócratas populistas convencen a los votantes de que basta con que el régimen redistribuya más riqueza, castigue a los capitalistas avaricioso y regule los mercados para hacerlos más “humanos”, entonces todos sería más ricos todavía más rápido. E incluso mejor, los malvados capitalistas serían castigados por explotar a los pobres. La economía acaba desplomándose bajo el peso del nuevo régimen socialdemócrata y se elige de nuevo un régimen neoliberal para arreglar el destrozo.
Venezuela está ahora mismo en medio de este ciclo. Después de décadas de intervención pública relativamente limitada, Venezuela se convirtió en una de las naciones más ricas de Latinoamérica. Durante veinte años, los chavistas fueron capaces de tomar esa riqueza y redistribuirla, regularla y expropiarla en nombre de la “igualdad” y de perjudicar al malvado capitalismo. Pero solo se puede redistribuir, gravar, regular y expropiar hasta que las clases productivas renuncien y la riqueza desaparezca.
Para la mentalidad izquierdista, la explosión de pobreza que se genera no puede ser el resultado de una mala política económica. Después de todo, el régimen del chavismo consiguió todo lo que quería. Redistribuyó riqueza a voluntad. “Garantizó” un salario vital, atención sanitaria y comida abundante para todos. La “igualdad” se impuso por la fuerza por encima de los gritos de la oposición “neoliberal”.
La única respuesta posible, supone la izquierda, debe ser el sabotaje de los capitalistas o (como nos recuerda al papa) un exceso de “individualismo”.
Sin embargo el problema que tiene la izquierda global en este caso es que esta explicación sencillamente no es aceptable. ¿Tiene Colombia menos capitalistas e individualistas que Venezuela? Es casi seguro que tiene más. ¿Por qué entonces los venezolanos hacen horas de cola para cruzar la frontera colombiana para comparar productos alimenticios básicos no disponibles en el paraíso socialdemócrata de Venezuela? ¿Ha renunciado Chile al comercio y los mercados al estilo neoliberal? Evidentemente no. ¿Por qué entonces la economía de Chile ha crecido en un 150% a lo largo de los últimos 25 años mientras que la economía de Venezuela ha disminuido?
La respuesta que es sobre todo en silencio.
Esto no quiere decir que lo que la izquierda llama “neoliberal” no tenga defectos. Algunos aspectos del neoliberalismo (como el libre comercio y los mercados relativamente libres) son las razones por las que están cayendo la pobreza y la mortalidad infantil globales, mientras que están aumentando el alfabetismo y la higiene.
Otros aspectos del neoliberalismo son odiosos, particularmente en las áreas de la banca centralizada y el capitalismo de compinches. Pero la respuesta del libre mercado a este ya fue anunciada hace mucho tiempo por Ludwig von Mises, quien, en su propio combate contra los neoliberales, defendía un verdadero laissez faire, una moneda fuerte, y una mucha mayor libertad en el comercio internacional.
Sin embargo, para un ejemplo de la respuesta de la izquierda al neoliberalismo, no tenemos que mirar más allá de Venezuela, donde la gente está literalmente muriendo de hambre y tiene que esperar horas haciendo cola para comprar un rollo de papel higiénico.
Y si así es como es la victoria de izquierda contra el neoliberalismo, no sorprende que la izquierda parezca tener poco que decir.

El artículo original se encuentra aquí.

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