miércoles, 10 de mayo de 2017

El capitalismo es el mejor amigo de la mujer

María Blanco muestra un extracto de su nueva obra, "Afrodita desenmascarada", acerca del feminismo liberal, rechazando el actual feminismo radical (de tercera ola). 

Detalle de la portada 'Afrodita desenmascarada', de María Blanco. | Deusto
Está de moda. La igualdad está de moda como en otras épocas lo estaba la sopa boba, esa tradición por la que quienes "tenían", ofrecían una sopa caliente a quienes "no tenían". Ahora se trata de igualarnos en el punto de salida. Que ni tu lugar de nacimiento, ni el ambiente familiar, ni cuestiones genéticas sean una razón para tomar ventaja frente al resto. Puede sorprender la comparación, sobre todo ahora que la "caridad" es un concepto tan impopular y que está siendo expulsado a codazos por el de "solidaridad". El rechazo a las obras de caridad proviene de que implica situar al rico, que ejerce la caridad, en un escalón superior respecto al pobre, que acude a recibir lo que al rico le sobra. Lo cierto es que así era a veces, había familias que lavaban su conciencia, pero no todas. Era el filósofo holandés Bernard de Mandeville quien recordaba que la vanidad ha sido el vicio que ha provisto de camas de hospital a muchos enfermos necesitados, a quienes, con mucha probabilidad, les da igual si quien financió esa planta del hospital lo hizo virtuosamente, o por vanagloriarse y quedar bien. La idea es precisamente que, de la misma forma que sucedía entonces con esas familias que ofrecían comida gratis a los mendigos, ahora también la defensa de la igualdad, por parte de estos "clanes" modernos, es a veces honesta y otras veces trata de dar una cara, mientras mantienen hipócritamente una actitud de superioridad.

Razones para la igualdad


portada_afrodita-desenmascarada_maria-bl

Es una superioridad especialmente moral, pero no solamente, que les habilita como poseedoras o poseedores del criterio y de los motivos por los que hay que defender la igualdad. Por ejemplo, les saca de quicio quienes defienden que "todos somos iguales ante los ojos de Dios". ¿Dios? No. Tiene que ser por otra razón. Una "permitida" por el politburó.
¿Por qué hay que defender la igualdad? Por razón de la justicia, dicen. Tengo mis pegas a esa respuesta, pero incluso aceptándola de momento, la justicia implicaría que es el mérito, el criterio que determina quién lleva la delantera. El que vale, vale. ¿No? Pues no, tampoco sirve esa respuesta. Porque quienes reclaman igualdad para las mujeres por justicia histórica, quieren que el punto de partida sea desigual a nuestro favor, para compensar los años de desigualdad.
Y yo me pregunto ¿y cuándo se supone que ya se ha compensado? ¿Se logrará cuando haya las mismas mujeres que hombres en todo? ¿Y qué pasa con el mérito? ¿Un hombre que valga más ha de quedar dos pasos por detrás para dejar sitio a una mujer que valga menos? Y te dicen: no, es en igualdad de condiciones, cuando ambas candidaturas valgan lo mismo hay que elegir a la mujer para equiparar el porcentaje, es un tema de números. Y ya tenemos el problema. Porque ¿quién decide quién vale y quién no? ¿Quién si no es la competencia en un mercado abierto donde la exposición no es sesgada y son los resultados los que te avalan?
En un Consejo de Ministros, el candidato ganador tiene el mandato de formar gobierno, el mejor gobierno posible, y eso implica que los ministros tienen que ser de su confianza. Sea mujer u hombre, la elección del equipo debe ser neutral y no se puede utilizar esta elección para desagraviar a la mujer. Imaginemos que quien ha ganado las elecciones es asexuado o hermafrodita. Lo más probable es que no elija al 50% de mujeres para su gabinete y el 50% de hombres, sino que dependerá de la cultura en la que se haya criado y, por supuesto, de las personas que le rodeen. Si en su partido político las personas mejor preparadas son mujeres, elegirá mujeres; si son hombres, pues elegirá hombres. Pero el criterio acerca de quién es más válido para ese puesto, siempre es de nuestro ser neutral. Aunque se equivoque. Porque, puede ser que elija mal, pero no será por el hecho de haber elegido más o menos mujeres, sino porque las personas que ha designado, sean del sexo que sean, no eran las más adecuadas, debido a mil posibles razones, que abarcan desde la capacidad de trabajar en equipo, la formación académica, la capacidad para comunicar asertivamente, etc.
Una mujer que ejerciera de presidente del gobierno se encontraría en la misma situación. ¿Debería elegir por eso que llaman "sororidad" a todos los ministros mujeres? ¿Las mujeres deberíamos confiar más en otras mujeres por defecto?
En una empresa sucede lo mismo. Los que deciden quiénes son los nuevos socios son los socios veteranos. ¿Qué pasa si el consejo de dirección es un grupo de señores mayores, rancios y carcas que solamente confían en otros carcas como ellos? Nada. No pasa nada. Se les irán yendo las mujeres valiosas que podrían haber enriquecido el consejo. Probablemente, solamente alguna mujer tan carca como ellos logre pasar la barrera, y a veces, será ella la primera que entorpezca el ascenso de las más renovadoras. O tal vez no, como hemos visto. Hay estudios en los que se aprecia que, cuando una mujer llega a la cima, abre una ventana a otras que vienen detrás, de manera espontánea, no planeada. Lo sorprendente de nuestros tiempos es que la mujer que quiere ascender, que se sabe valiosa, que se siente injustamente tratada, lo sea o no, en vez de emprender una acción por sí misma, pone el tema en manos del Delegado General de Nuestros Males, que es el gobierno.
El argumento habitual frente a esta idea de la mujer activa es que somos muy pocas frente a muchos. ¿Qué puede una mujer sola (excepto si es Juana de Arco) frente a un Consejo de Administración de una empresa? Supongamos que puede muy poco, como se suele argumentar ¿Entonces, qué? Bueno, pues, hay que darse cuenta de que en los países capitalistas, las empresas pueden ser creadas por mujeres. Que nada impide que una empresa fundada y dirigida por una mujer tenga éxito. Volvemos al tema del ajedrez de antes: llevan más tiempo que nosotras y tienen mayoría, pero solamente eso. ¿No vamos a dar la batalla y nos vamos a quedar pegadas a nuestro propio complejo? De ninguna manera. (…)

La igualdad hipócrita

Como si fueran las representantes universales de todas las mujeres, como si fueran militantes de un nuevo supremacismo de carácter hembrista. Son las feministas excluyentes, habitualmente de izquierda radical, que parece que han elaborado un índice de pureza feminista-femenina. Y en función de su criterio cualificas o no como mujer. Probablemente para ellas soy muy poca mujer. Pero no me culpan directamente, como sí hacen con los hombres, no culpan a esas mujeres que se sienten discriminadas pero no les merece la pena montar un lío en el trabajo. Ellas son excluyentes pero condescendientes a la vez, que es una gran soberbiada, cargada de hipocresía, como la falsa modestia. Las que no pensamos como ellas estamos sometidas por el heteropatriarcado. A mí me costó un rato entender de qué hablaban. Pero este término "heteropatriarcado" es dañino porque encierra varias cosas en la misma palabra. Se refiere a una mentalidad que aúna el machismo y la homofobia. Hasta aquí, yo también lo rechazo. Lo malo es cuando hacen equivalentes patriarcado y machismo. Esta mentalidad machista, en la que se asienta occidente, porque nuestra civilización es patriarcal, a la vez, es el caldo de cultivo en el que uno nace. No he hecho una investigación profunda pero creo que no hay lugares donde no exista heteropatriarcado, al menos actualmente, más allá de los Mosuo en China o en Juchitán en China, donde la sociedad es matriarcal. E ignoro igualmente si son comunidades homófobas o no, de manera que pudiera asociarse el matriarcado con la homofobia. De manera que cualquier persona, hombre o mujer, nacidos en nuestra sociedad, está educada en el heteropatriarcado. Eso te hace machista por defecto pero no te hace necesariamente culpable del todo. Si eres mujer, como yo, te hace víctima, si eres hombre te hace explotador. En mi caso, para dejar de estar abducida por mi propia educación, tengo que tener la suerte de ser iluminada por aquellas mujeres que son conscientes del horror que supone esa condición, sobrevenida por nacimiento, para ser yo también consciente y a mi vez, iluminar a otras hermanas en una suerte de "sororidad" (así lo llaman), o hermandad de mujeres iluminadas, superiores moralmente. Es una nueva versión de la redención del pecado original, pero esta vez el mesías es la hermandad de mujeres. La palabra no existe en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. En francés, italiano y otras lenguas procedentes del latín, las palabras hermana y hermano tienen raíces diferentes al castellano (frère/fratello, soeur/sorella, de soros, sororis, lat.). Parece que las feministas posmodernas del siglo XXI han decidido que tiene mucho más empaque poseer una palabra propia para hermandad, similar a la de fraternidad (no sé el equivalente a "fraternal", y si estas supremacistas femeninas se dan abrazos "sororales" en vez de fraternales). La intención que se percibe en la definición de sororidad que ellas mismas aportan refleja todo: no es buena, es buenista. La sororidad sería una dimensión ética, política y social del feminismo contemporáneo, que habría de servir de paraguas para contener y acabar con las injusticias del heteropatriarcado. Todo es precioso hasta que, delante de las palabras grandilocuentes de poderío de género o empoderamiento de cada mujer, aparecen pancartas pidiendo "Machete al machito", donde son ellas las que definen los dos conceptos: machete (castigo), y machito (reo). Y así, tratan de despertarnos, lanzando mensajes de culpa al hombre y de condescendencia al resto de las mujeres que (¡oh, cruel destino!) no hemos sido tocadas con la gracia del entendimiento. Mi situación en este punto es especialmente terrible porque me produce cierto rechazo esa sororidad, no por rechazo a las demás mujeres, en absoluto. Es porque las soluciones "Fuenteovejuna" no me van. Algunas creemos más en la lucha por los derechos del individuo.
Si a las hermanas iluminadas les dices que crees en el mercado como camino para salir de la pobreza, para lograr la autonomía económica de la mujer de manera no coactiva y moral, prepárate. Se les va a olvidar la sororidad y te van a insultar con apelativos de lo más machistas. Definitivamente no cualificas como mujer.
La realidad es que el patriarcado no es sino la manera en la que las sociedades se han organizado, pero no necesariamente implica opresión ni machismo. No deriva de la coacción, sino de la división del trabajo desde la época prehistórica, la especialización debida a las diferencias físicas que existen entre los hombres y las mujeres, y que incluyen las reacciones psicológicas, la cognición, y todo lo que depende de la química del cerebro. Y ese patriarcado ha evolucionado. Si hay sociedades en las que esa evolución ha derivado en el sometimiento de la mujer, la aceptación social de la agresión a la mujer, y cualquier tipo de injusticias, no es un problema del patriarcado sino de otros factores. Imaginemos el caso contrario, resulta que debido a las diferencias físicas la sociedad está dominada por la mujer. Habrá sociedades en las que ese matriarcado evolucionará armoniosamente y otras en las que no. ¿O se trata de demostrar que el hombre es malo por naturaleza y la mujer buena? Eso es lo que transmiten quienes rechazan el patriarcado tan rotundamente. Es un error tan grave como suponer que los pobres son buenos, necesariamente, o que los hermanos pequeños son rebeldes porque así está estipulado.
El patriarcado ha evolucionado, igual que han evolucionado la familia, las estructuras sociales y hasta las religiones. Afortunadamente, la vida es dinámica, y eso permite la superación de las injusticias históricas y la regeneración social. El hombre cazaba mamuts; cuando dominamos las especies vegetales y apareció la agricultura, su trabajo fue necesario por su fortaleza, la misma que explica que se hiciera guerrero y protegiera a la tribu. Las mujeres cuidaban de los hijos y de los mayores, se quedaban manteniendo todo en orden, eran el centro de información, las psicólogas, la parte empática de la sociedad, sabían observar la naturaleza y recogían los frutos, algunos autores les atribuyen el dominio de las especies vegetales que llevó a la agricultura. Hasta aquí no hay nada denigrante para nadie. Que esas funciones generaran una toma de decisiones diferenciada no es necesariamente malo, ni implica minusvalorar a los hombres ni a las mujeres, porque todas esas decisiones, todas esas funciones permitieron una vida mejor para toda la tribu. El patriarcado es eso. Lo que ha generado sometimiento es el deseo de controlar la población, no por los hombres, sino por los jefes de la tribu, los brujos de la tribu, fueran hombres o mujeres, sacerdotes o sacerdotisas. Si saltamos en el tiempo, fueron las leyes arbitrarias de los monarcas, de los señores feudales, de las autoridades religiosas, las que trataban de mantener dominada a la mujer, como instrumento de la fertilidad. Las razones eran diferentes, laborales, militares, políticas. Como recuerda Sarah Skwire, el slogan feminista "la mujer necesita al hombre lo que un pez a una bicicleta" debería cambiarse por "la mujer necesita al Estado lo que un pez a una bicicleta.
Este fragmento corresponde al libro Afrodita desenmascarada, una defensa del feminismo liberal, de María Blanco, que publica la Editorial Deusto en este año 2017 y que saldrá a la venta el próximo martes, 16 de mayo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Twittear